TROZO 13. Montse.
El
vagón no iba demasiado lleno y noté que casi todos los viajeros que lo ocupaban
me miraban con curiosidad. Sin duda notaban mi desconcierto y el lamentable
aspecto que debía de tener, con la blusa ya sucia y el sudor que perlaba mi
frente y mi cuello, así que traté de disimular todo lo que pude e intenté
tranquilizarme un poco, si eso era posible, no sin antes agudizar mi sentido de
la percepción, algo que hasta hacía poco creía que era inexistente en mí, y
asegurarme que ninguna de aquellas personas pudieran ser sospechosas.
¡Estaba
desquiciada! Había llevado un ritmo trepidante y mi corazón palpitaba a toda
prisa. Intenté poner algo de orden en mi cabeza, pero la rabia y la angustia no
me dejaban pensar con claridad y por mucho empeño que pusiera en ello no
lograba entender lo sucedido, ni sabía quiénes eran mis perseguidores, ni lo
que perseguían, ni nada de nada.
Al
llegar a la siguiente estación, y para mi sorpresa, una más entre todas las que
llevaba acumuladas, entró en el vagón el joven que me había sonreído y que se
disponía a llegar hasta mí avanzando decididamente. Me levanté de un salto, con
la esperanza de alcanzar la otra puerta de salida, pero no llegué a tiempo, se
cerraron las puertas y el tren volvió a emprender la marcha.
Lo
cierto es que el hombre no parecía representar una amenaza, más bien al
contrario, y cuando me di la vuelta, lo encontré frente a mí. Me abrió los
brazos y yo, asustada como una niña, me abalancé sobre él y empecé a llorar,
sintiendo un gran alivio.
Permanecí
entre sus brazos hasta la siguiente parada y seguí asida a él cuando, sin
mediar palabra, se abrió la puerta y salimos del tren.
Una
vez nos quedamos solos en el andén y el tren desapareció, el joven miró a su
alrededor, imagino que para asegurarse de no ver a nadie. Entonces me agarró
por los hombros y me obligó a bajar hasta el foso de los raíles, diciendo sólo
¡salta! y luego a caminar por el túnel.
Me
empujaba para que fuera más aprisa, siempre tras de mí y sin hablar, y el túnel
cada vez se hacía más oscuro a medida que avanzábamos. Sacó una linterna y con
ella iluminó el recorrido ante mis pies. Intenté decir algo, pero él me hizo
callar gruñendo un “chisss” y otro empujón, mientras las lágrimas volvían a
rodar por mis mejillas.
¡Ay, qué ilusión! me gusta como ha quedado dentro del relato global y eso que andaba preocupadilla porque encajara.
ResponderEliminarSe hace raro hacer una autocrítica ¡mejor lo criticas tú! jeje.
Un beso.
Pues me gustó mucho cómo explicas las fases por las que pasa la prota en tan poco tiempo. Tensión, derrumbe, miedo e incluso sosiego al final. Un muy buen trozo de relato que me dejó con ganas de más.
EliminarUn beso.
Jajaja, a eso lo llamo yo "una buena crítica". Muchas gracias :)
EliminarBesitos.
De nada. Gracias a ti por escribir.
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