TROZO 1. Mae Wom
Café descafeinado de Startbucks |
Miro mi reloj de pulsera. Las manecillas plateadas del reloj
siguen deslizándose por el rectángulo negro, indiferentes a los acontecimientos
que debieron suceder hace ya diez minutos. Mi cita llega tarde y a mí me queda
ya poco café en la taza. Mi cuerpo reclama sus rutinas vitales. Intento ganar
algo del tiempo que ya está perdido, me levanto, dejo el libro sobre la mesa y
me dirijo al cuarto de baño, así luego no habrá interrupciones.
Abro la puerta encabezada por el cartel con los monigotes
masculino y femenino y accedo a un cuarto minúsculo dotado de un lavabo, un
espejo sin marco, un dispensador de jabón, una papelera y un secador de aire
caliente. Es tan pequeño que para poder entrar y abrir la otra puerta que está
enfrente debo primero cerrar la que queda detrás de mí.
La puerta que debe conducirme al aseo está cerrada. Doy unos
golpecitos con los nudillos para comprobar que no hay nadie antes de abrir. No
me gustaría encontrarme con algo que no quiero ver. Silencio. Lentamente
acciono el picaporte y abro despacio la puerta. Los azulejos blancos de
perfecto corte cuadrado y simétrica disposición reflejan una luz intensa que
parece aumentar a medida que abro la puerta. Espero encontrarme el retrete
blanco habitual pero, como si el habitáculo fuera estirándose mágicamente, no
aparece y solo veo más azulejos blancos que se expanden hacia la derecha.
Bastante extrañada por la situación sigo abriendo la puerta en un
momento que se me antoja infinito y cuál es mi sorpresa cuando asomándome por
ella, a mi derecha, un amplio pasillo más largo que ancho se extiende ante mis
ojos. Saco tímidamente la cabeza y veo al fondo una cocina de restaurante.
Creía que una cafetería pequeña tendría
una cocina acorde con su tamaño pero estaba equivocada.
Yo buscaba un cuarto de baño pero siento curiosidad y me acerco
sigilosamente. Total, seguro que ya me han visto.
Avanzo pero nadie repara en mí. Lo primero que me encuentro es a
un cocinero de rasgos orientales que hace volar las verduras en juliana a
golpes certeros de cuchillo. Por la destreza y economía de movimientos
cualquiera podría decir que es un domador de vegetales. Temo interrumpirle no
vaya a ser que se distraiga y acabe cortándose un dedo sobre la superficie de
acero inoxidable así que continúo con mi expedición.
Al fondo a la izquierda un hombre de corta estatura y espeso pelo
negro se afana en fregar unas copas a mano que deposita con cuidado en una
plataforma en forma de rejilla para que se escurran. Sus movimientos enérgicos,
esponja en mano, contrastan con la delicadeza con que apoya las copas cuando
las ha enjuagado.
A su izquierda, a varios metros del señor bajito, un hombre
corpulento, más gordo y alto que fornido, se concentra en los fogones,
controlando el contenido de las diferentes ollas y cacerolas que tiene sobre
ellos. De vez en cuando se vuelve a sus otros compañeros para gritar una
petición o una orden a nadie en particular. "¡¡Necesito albahaca!!" o
"¿¿Cómo van esas verduras??"" mientras agita una cuchara de
madera que en su mano regordeta parece una batuta.
Están todos muy ocupados y yo sigo necesitando encontrar un cuarto
de baño, así que me escabullo. A la derecha de la cocina, al final de un
espacio vacío que hace de recibidor, veo una puerta en una zona de sombras,
casi camuflada con la pared. Cuando mi mano toca el picaporte la puerta se abre
de golpe atizándome en la cara y tirándome al suelo donde caigo de espaldas. Un
dolor intenso me sube desde la pierna por la espalda y a la vez puedo predecir
que voy a lucir un bonito moratón desde la parte frontal de la mandíbula, que
unirá barbilla, comisura y nariz. No sé por cuál de los dos dolores llorar, así
que me aguanto las lágrimas, expectante ante lo que está a punto de suceder a
través de la puerta maltratadora. Despatarrada en el suelo como estoy, estiro
el cuello y veo a cinco hombres asiáticos, vestidos con traje de chaqueta negro
y gafas negras, que han irrumpido en la cocina dando saltos acrobáticos,
profiriendo gritos en un idioma que no entiendo y armados con pistolas y
metralletas. Al cocinero de las verduras se le ha quedado la juliana congelada
en el aire, la batuta del cocinero de los fogones parece una varita mágica
suspendida unos segundos y un racimo de pompas de jabón flotan desde el
fregadero y se mueven aleatoriamente, como si todo aquello no fuera con ellas.
Mientras se produce semejante alboroto, el chino que se ha quedado
custodiando la puerta responsable de mis chichones repara en mí y me hace un
gesto con la ametralladora. Tiemblo bajo su mirada oblicua e inexcrutable y la
metralleta, así vista de cerca y con la posibilidad de que pueda estar centrada
en mi persona, me parece mucho más grande que el hombre que la maneja. Si me
apuntara con un elefante en ese momento no notaría la diferencia de tamaño.
El sicario insiste e intuyo -será el instinto de supervivencia-
que lo que quiere es que me levante. Rápidamente aparece otro individuo de la
nada y entre los dos me llevan en volandas. Oigo pasos precipitados y por el
rabillo del ojo, mientras vuelo hacia la luz del exterior, veo que los hombres
de negro se dirigen en estampida con nosotros para atravesar la puerta
golpeadora. Una luz inmensa me ciega y me obliga a cerrar los ojos.
TROZO 2. JuanRa Diablo
Tanto los hombres que me sujetan como los que nos siguen, parecen
entrenados concienzudamente para no perder ni un segundo de tiempo. Atravesamos
a toda velocidad una estancia muy luminosa y apenas he recibido en la cara unos
instantes del fresco aire del exterior cuando ya me han introducido en la parte
trasera de un coche y éste se pone en marcha de inmediato.
Me duele la mandíbula y estoy tan confusa que no consigo poner en orden el tropel de pensamientos que me asalta.
- ¡Están en un error! - logro decir por fin.
Pero el copiloto se vuelve como un resorte para gritarme en su
lengua con agresividad. Empiezo a estar muy asustada pero opto por callarme y
observar todo lo que me rodea, por si me sirviera más adelante para mi
denuncia.
Miro por el rabillo del ojo. A derecha e izquierda me escoltan dos
hombres perfectamente trajeados que miran al frente a través de sus gafas
oscuras. Me recuesto un poco en el asiento para observar con disimulo sus
rostros. Efectivamente son todos asiáticos y diría que parecen clones unos de
otros.
El sonido de fondo que me pareció el de la radio del coche me trae
frases que sí comprendo.
"¡Otra de verduras asadas!" "¡No me dejéis sin
albahaca!" "¿Quién está atendiendo la mesa 5?"
Busco intrigada el origen de esas voces y descubro que en el
salpicadero del coche hay tres pequeñas pantallas con imágenes de un color gris
azulado. En una de ellas aparece el movimiento de los cocineros y camareros de
la cocina por la que acabo de pasar, en otra creo ver un lavabo, quizás el del
cuarto de baño al que jamás debí dirigirme. En la última reconozco el
restaurante.
Por qué controlan desde el coche ese lugar es algo que no alcanzo
a comprender. Mis raptores no parecen hacer caso alguno a lo que muestran esas
pantallas. Solo la que capta el restaurante parece estar en movimiento,
mostrando lentamente todo el perímetro del local.
Sigo hipnotizada ante esas imágenes cuando el coche enfila la salida a la autovía
y el conductor comenta algo con el malhumorado que da las órdenes.
La cámara del restaurante muestra por fin el lugar en el que yo me
encontraba sentada. Alcanzo a ver el libro sobre la mesa.
De repente algo me hiela la sangre. Una chica se acerca a esa mesa
y se sienta. Coge el libro y lo abre entre sus manos. No soy yo, obviamente,
pero me parezco muchísimo. Hasta la ropa parece la misma desde mi distancia y
esto me llena de incertidumbre.
- Pero... ¿quién..., qué está ocurriendo aquí?
- ¡No haga preguntas, señorita! - me dice el copiloto, sin
chillarme y por fin en mi idioma.
TROZO 3. Pelotillo
-Quiero una explicación ahora mismo. ¿Quién es esa chica que se
parece tanto a mí? Obviamente no soy yo, porque yo me encuentro aquí y no
puedo…-un golpe sordo me hizo dormir durante un buen rato poniendo fin a mi
incontenible verborrea producida por el pánico.
Cuando desperté, el coche avanzaba a velocidad moderada,
respetando los límites de la autovía. Nada hacía sospechar que dentro se estaba
cometiendo, al menos, un secuestro. El conductor apagó las pantallas del salpicadero
y apretó un botón que provocó que éstas girasen sobre sí mismas, ocultándose y
dejando el salpicadero limpio de tecnología puntera, como el de cualquier coche
normal. Me debí desmayar varias veces
porque recuerdo imágenes sueltas, incoherentes.
Un par de horas después, o eso creo, abro los ojos en una
habitación sin ventanas, tumbada en una cama bastante vieja cuyo somier chirría
al menor movimiento. Consigo incorporarme después de sentir cómo mi cabeza
explota ocho o nueve veces seguidas en intervalos de un segundo.
Está oscuro, por debajo de la puerta entra un rayito de luz y mis
ojos se acostumbran en seguida a la penumbra. Consigo ver un lavabo. Abro el
grifo pero no sale agua. Al lado hay un inodoro sin tapa, en seguida vienen a
mi cabeza imágenes de películas de cárceles en las que los presos tienen que
hacer sus necesidades unos delante de los otros. ¡Qué vergüenza!, pienso
durante un momento, y en seguida continúo con la exploración de mi celda.
Una puerta con una mirilla que se abre desde fuera. Por un momento
pienso que si lo intento la puerta se abrirá y de hecho llevo mi mano hacia el
tirador pero lo único que cojo es el aire. No hay pomo en mi lado de la puerta.
Paso la mano por la pared y está áspera, áspera y húmeda. O estamos cerca de
una gran cantidad de agua o el lugar está tan viejo y ruinoso que las tuberías
han cedido al paso de los años y ya no conducen el agua por dónde deben.
Intento recordar más películas de presos y secuestros. ¿Qué hacían los
protagonistas para escapar? Y lo que es más importante ¿qué hacían para que la
puerta se abriese y dos minutos después estuviesen muertos? Tenía que evitar
esto último como fuese. Piensa, piensa, me repito. Me siento en la cama a
esperar y entonces toco lo que parece ropa perfectamente doblada. En la
camiseta hay un logotipo que no alcanzo a ver bien. Tiene unas letras, una A,
una B y una… El chirrido de la puerta al abrirse de par en par y la luz que me
golpea me sacan de mi ensimismamiento. …Y una C.
-¡Vístase y síganos! –dice uno de los tres tipos que han entrado
-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hago aquí?
-Nada de preguntas… por ahora. Vístase, ¡rápido! Ya llevamos una
hora de retraso.
-¿Retraso para qué? –una sombra oscurece de golpe la habitación.
Llega un cuarto individuo, viste como yo, lleva un peinado como el mío, tiene
la nariz en punta como la mía…
- ¡¿Qué?! –exclamo antes de quedarme sin palabras.
TROZO 4. Doctora Anchoa
Aprovechando el momento de silencio que
sigue a mi pregunta, y antes de que me dé
tiempo de volver a hablar, el tipo que ha hablado me agarra del brazo
con firmeza y me obliga a ponerme de pie.
-Vís-ta-se- repite, en voz baja y
agresiva, mientras clava sus ojos en los míos.
No me atrevo a llevarle la contraria, me
escabullo hacia el rincón opuesto de la habitación, confiando en poder
cambiarme con la menor cantidad de público posible. Todos ellos tienen la
delicadeza de girarse un poco mientras rápidamente me cambio de ropa. Aprovecho
para observar sin disimulo al individuo que parece llevar la voz cantante. Con
parsimonia, ha sacado una tableta digital y empieza a trastear con ella. Miro
la pantalla, y para mi sorpresa aparece lo que a priori parece una fotografía
mía. Pero cuando la miro por segunda vez me doy cuenta de que esa no soy yo. Yo
nunca he llevado el pelo de ese color, y la ropa con la que aparezco nunca ha
sido mía. Un escalofrío recorre mi espalda cuando el hombre que maneja la
tableta me descubre observando la fotografía y, sin mediar palabra, la gira y me
mira fijamente. Opto por apartar la mirada, y empiezo a escanear más que a
mirar a mi doble. ¿De dónde ha salido? ¿cómo es posible?. Mi captor no me da
opción a plantearme nada más; de un par de zancadas se planta delante de mí.
-Andando- dice, mientras me señala la
puerta.
Salgo a un pasillo oscuro, que parece
sacado directamente de una película de bajo presupuesto de asesinos psicópatas.
Una luz parpadea al final del pasillo, llego a distinguir una puerta metálica a
unos diez metros, pero no mucho más. Durante un momento anhelo la húmeda
habitación que acabo de abandonar. Me giro inquieta, y pregunto a nadie en
particular, aunque sé que va a resultar inútil:
-Oigan, ¿dónde estamos? ¿por qué me han
traído aquí?. Han cometido ustedes un error…- la frase muere en mi garganta,
mientras una vocecilla, muy en el fondo de mi mente, empieza a susurrarme que
no es casualidad, que no ha sido ningún error por parte de mis captores.
Por supuesto, recibo el silencio como
respuesta, lo que ya me esperaba, y noto una leve presión en mi espalda cuando
me empujan ligeramente en dirección a la puerta metálica en la que me había
fijado antes. Conforme nos acercamos a ella empiezo a oír un murmullo apagado
detrás, parece que hay varias personas hablando al otro lado. Paro en seco a
menos de medio metro de la puerta, y uno de mis guardianes se adelanta,
introduce una llave en la cerradura, y abre la puerta. Noto otro ligero
empujón, y cruzo la puerta.
Necesito parpadear unas cuantas veces,
porque la oscuridad del pasillo contrasta con la deslumbrante claridad de la
habitación en la que acabo de entrar. Oigo susurros, y al girarme veo a dos o
tres personas que hablan de espaldas a mí. No puedo distinguir sus caras, pero
no puedo dejar de notar que de espaldas son todos idénticos entre sí. “Y
seguramente a mí”, murmuro.
-¡¡¡Buenos días, la estábamos
esperando!!!- exclama una entusiasta y juvenil voz a mi izquierda.
(Continuará)
(Continuará)
Espero que llevaras los guantes puestos para dar a luz a este hermoso cadáver =DD
ResponderEliminarUn abrazo, Pelotillo
Jajaja, sí Diablo, más me valía si no quería echarlo a perder.
EliminarUn abrazo compañero cirujano ;-)
¡Guauuuu! Estos primeros cuatro capítulos son fantásticos, y se está poniendo la mar de interesante el relato.
ResponderEliminarSi sigue así va a ser "la bomba", jaja
Un saludo.
Gracias Montse, la verdad es que el resto también es genial. Mañana más...
EliminarUn saludo.
¿¿Quién iba a decir que un Diablo (con mayúsculas no vaya a entrar en cólera, que me chamusca los bigotes), un escarabajo y una gata, junto con otros "forenses" tan atrevidos y lanzados como nosotros,íbamos a reconstruir un bello cadáver??
ResponderEliminar¿Te imaginabas a mediados de mayo, cuando ya tomó cuerpo la idea descabellada de resucitar a un muerto que en realidad no era un muerto, que llegaríamos hasta aquí y en tan buena compañía? ¿Y con una respuesta tan calurosa y acogedora?
Yo tenía ganas e ilusión pero también dudas. Y sin embargo empezaron a aparecer forenses como flores en primavera, animad@s a licenciarse y a hacer algo que ha resultado más grande de lo que yo misma imaginé. ¡¡Qué alegría!!
Hoy soy una gata que ronronea de plena satisfacción.
Estoy deseando planificar el siguiente con más niveles de dificultad... ñgñgñgñgñgñg... }:D