TROZO 6. papacangrejo
Todo era de un surrealismo exagerado. Si
no fuese porque lo estaba viendo con mis propios ojos y sintiendo en mis
propias carnes, pensaría que era una película de Kubrick, aunque sin banda
sonora.
A mi alrededor solo había oscuridad.
Únicamente a lo lejos, podía ver mi destino iluminado por una luz blanca, casi
cegadora, que caía en vertical desde el techo y mostraba una tarima, sobre la
que había una mesa larga y blanca, detrás de la que me esperaban sentados siete
de aquellos individuos. Además de eso, nada. Si no estuviese siendo
prácticamente arrastrada por aquellos dos gorilas, no me habría atrevido a dar
un solo paso, por miedo a no encontrar suelo y caer en un abismo invisible.
Cuando estaba llegando a donde me
esperaban aquellos individuos, se encendió, frente a ellos, otra luz tan
intensa y blanca como la otra. Pero esta vez iluminaba una extraña silla
metálica y poco más de medio metro del suelo alrededor. Mis guardianes me
llevaron hasta allí y se pusieron detrás de la silla. Yo me quedé de pie,
indecisa, no sabía si sentarme o salir corriendo e intentar buscar una salida
de aquel horrible lugar, pero ¿hacia dónde corría?, ni siquiera estaba segura
del camino que había seguido hasta allí.
En ese momento, empecé a sentirme
realmente asustada. El desasosiego, la ansiedad y el no saber qué estaba
sucediendo o qué iban a hacer conmigo empezó a acelerar mi corazón. Mis
rodillas empezaron a temblar y gotas de sudor empezaron a caer por mi espalda y
mi frente. Estaba inmovilizada por el terror y ni siquiera pude controlar mi
vejiga, que dejó escapar la orina haciendo que bajara lentamente por mis muslos
hasta el suelo.
-
Por favor señorita, siéntese. – dijo uno de aquellos individuos, el que estaba
en el lado derecho
de la mesa.
Obedecí y me dejé caer sobre aquel asiento
metálico. Aquella silla era muy fría, tanto como la actitud de aquellos que me
observaban, como el ambiente de aquel lugar. El frío me hizo volver en mí, mi
corazón redujo sus latidos, mis rodillas se detuvieron y mi mente parecía
volver a encontrar algo de equilibrio. El frío era intenso, era como estar en
un gran congelador, mi vello se erizó, mis pezones se endurecieron y una
erupción de vaho salía de mi boca con cada exhalación.
De pronto, unos aros metálicos surgieron
de los reposabrazos y patas de la silla cerrándose sobre mis muñecas y mis tobillos,
mientras uno de los gorilas, que se habían quedado detrás de mí, pasaba una
correa de cuero vieja y agrietada alrededor de mi cintura.
Aunque parezca mentira, aquello me
tranquilizó, me infundio valor. ¿Por qué necesitaban inmovilizarme?, ¿Creían
que era peligrosa? Si aquella gente tenía la necesidad de mantenerme atada era
por algo. Y esa razón imperceptible hacía aparecer un resquicio de valor en mi
corazón. Tan solo tenía que evitar que esa pequeña llama se apagara
por mis temores, había que alimentarla, hacerla crecer y para ello tenía que
averiguar, de una vez por todas, qué estaba sucediendo.
- ¿Quiénes sois? – Pregunté intentando
parecer tan fría como todo lo que me rodeaba. ¿Qué queréis de mí? ¿Qué demonios
está pasando aquí?
- Sabemos que tiene muchas preguntas –
respondió el mismo tipo de antes- Cada cosa a su tiempo. De momento las
preguntas las hacemos nosotros y le sugiero que sea sincera en sus respuestas,
de lo contrario…
¡Muy bueno este capítulo! Ahora, además de interesante, se está poniendo extremadamente peligrosa la situación.
ResponderEliminarUn saludo :)
Sí. Quizá venga bien un poco de relax... ;-)
ResponderEliminarSaludos.