martes, 31 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 15


TROZO 15. Bielmum.

El mazazo que consiguió sacarme de allí no fue más que agua fría. Pero fría de verdad. Al volver a abrir los ojos, me encontré en una habitación blanca, brillante y bañada en tonos rosa que giraban y cambiaban como si de un caleidoscopio se tratase.

Me asusté, ¿qué estaba pasando? Estaba en un túnel, atada, había un tren y de repente todo era rosa, un sitio cálido, acogedor... Mi mente no paraba de repetirse: "Tengo que descubrir que está pasando aquí, y pararlo cuanto antes mejor".

En la habitación empezó a sonar una música. Y la bailarina de una caja de música, con sus brazos por encima de la cabeza y sus pies y piernas en posición plié, empezó a dar vueltas y más vueltas. La música empezó a dolerme en las orejas. Parecía que mi cabeza iba a estallar. ¿Qué estaba pasando? Todo, todo era terrorífico, la oscuridad y el tren, y aquella extraña habitación rosa... empezó a tambalearse, la muñeca no dejaba de rodar, pero yo daba tumbos, al igual que todos aquellos hula hops de oro, que por allí había.
Ahora veía la muñeca desde su cabeza, y sus pies estaban enganchados al techo de la habitación.
Intenté escapar de aquella música ensordecedora, y por instinto cerré mis ojos y tapé mis oídos. Empecé a notar frío de nuevo, oscuridad, a oler polvo. Abrí los ojos y estaba de nuevo en el túnel pero ya no estaba atada.

Forcé mi vista a acomodarse a la oscuridad y busqué la salida a mi alrededor. Había un par de puertas pequeñas pero preferí no abrirlas, seguro que si me estaban buscando pasarían por el interior y no por las suicidas vías del tren.

Caminé durante varios minutos, empezó a subir la temperatura y se agradecía; intuía voces y ruidos de gente pero nada de luz. Anduve, anduve, ¡y qué camino más largo! Me puse a tararear una canción de cuna. ¿¡Yo!? ¿Una canción de cuna? La música me hizo el camino más ameno. Mi nariz no sólo detectaba polvo, ahora se estaba empapando de un rico olor. ¡Barbacoa! Alguien estaba haciendo barbacoa. Estaba hambrienta, sedienta y con necesidad de ver a alguien más. Llegué a la barbacoa. Aquello parecía el paraíso de los túneles: gente, luz, agua, cerveza fresca, ropa... era un submundo en el túnel.
Una chica con cara de muñeca se acercó ofreciéndome un gran vaso de agua y unas salchichas con pan y tomate, y me preguntó si necesitaba algo más.

    -Si, necesitaría una camiseta nueva, y otros zapatos un poco más cómodos, tengo mucho que caminar.

    - Eso está hecho, y no te preocupes, ya no queda tanto. Y antes vas a poder descansar, tu cara da claras señales de que tu cuerpo necesita una camita y seguro que una ducha no te vendrá mal.

Qué suerte la mía, había topado con un ángel en el infernal túnel convertido en paraíso. Me inspiraba confianza, y no quise dudar. Necesitaba un poco de sosiego en esta extraña aventura por la que estaba atravesando. 

Me bebí el vaso de agua, me comí el pan, las salchichas y me preguntó si quería irme ya, y le dije que como quisiera. Nos fuimos alejando de esa barbacoa y ella se despedía de todas las personas que nos encontrábamos. Fuimos por otros túneles, más estrechos, como pasillos, e íbamos pasando puertas y felpudos muy coloridos. Lo encontré muy curioso, parecía como las viejas y estrechas callejuelas de algún pueblecito de la costa del sur.

Sin ella preguntarme, me apeteció explicarle lo ocurrido. Había estado en una habitación rosa por unos segundos, con una bailarina y una música ensordecedora, para volver otra vez a la vía, al túnel, a la oscuridad...

- Lo sé, lo sé, has corrido mucho, sufrido, y ahora te toca descansar un poquito.

La chica abrió una puerta blanca y nos limpiamos los pies en un felpudo blanco con un tribal rosa. Me dio unas toallas, y me enseñó la ducha, mientras me preparaba ropa me explicó que debía disfrutar de la ducha, de la cama, y coger la ropa que necesitase. Me dijo que me quedaban muchos pasillos, muchos túneles, muchos cambios de lugar y sobretodo que debía vigilar muy bien en quien confiaba. Los que me habían atado a la vía, querían acabar conmigo y no les importaba cómo hacerlo. Y yo ya sabría en quien tenía que confiar. Lo intuiría, algo en mi interior me diría quienes son los buenos, pero nada me enseñaría quiénes eran los malos. Debía escuchar todas las señales. Debía estar alerta.
Me dio una pequeña navaja suiza de color rosa y la puse en mi bolsillo derecho. Me dijo: "Tiene poderes, con ella podrás hacer todo lo que necesites. Utilízala con sabiduría".

lunes, 30 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 14


TROZO 14. XEIA2410.

Se atisbaba claridad en el fondo del pasillo angosto al cual habíamos accedido, que incrementaba a medida que aumentaba el volumen de la música. Hasta que la vi. 
Entramos en una habitación poco iluminada donde se oía como un hilo musical.  Parecía que estuviera en unos grandes almacenes, salvo por….bueno, por casi todo. Sólo si cerraba los ojos. Pero NO podía permitirme eso pues, ante mí, repartida en un montón de estanterías mecalux, cutres y oxidadas, estaba…¡¡¡mi fabulosa colección de muñecas!!!!
Sabido era que, junto a la lectura, eran mi pasión.  Las coleccionaba desde ni recuerdo cuándo. Desde niña. Nunca regalé o tiré una muñeca. Me las quedaba, incluso las más usadas y ajadas. Las mías y las de mis amigas. Con los años, recopilé, restauré y empecé a comprar piezas realmente sublimes y, desde hacía poco más o menos un año, podía jactarme de tener una de las mejores colecciones a nivel mundial. 



Hacía unos meses, había prestado como la mitad a una exposición itinerante, que visitaría diversos países. Pero, ¿qué hacían allí?? ¡¡¡¡¡Eran las prestadas!!!!! Y…¡¡¡llenas de polvo!!! ¿¿¿No deberían estar en Roma???
Sin preocuparme momentáneamente del tipo, que había desaparecido de mi campo de visión, cogí una de mis preferidas. Empecé a apartarle el polvo con las manos, le empecé a planchar el pelo, pero ¡¡se desintegraba!! ¿¿Qué estaba pasando?? ¡¡¡Era mi peor pesadilla!!! (bueno, junto a soñar que se te mueven y caen los dientes, claro, ¡¡pero peor incluso!!) 
El fulano reapareció con un móvil en la mano. Me entró la risa floja…¿¿pero ahí había cobertura??? No se tomó bien la burla. Me arrancó de un golpe seco la muñeca de la mano y la estrelló estrepitosamente contra la pared opuesta a las estanterías. Se desintegró en un polvo blanco.

-¿¿Ves lo que vale tu bien más preciado??-  chilló - ¡¡¡Nada!!!, ¡¡¡tan sólo es un montón de polvo!!!

Del bolsillo trasero de su pantalón, sacó unas esposas y me ató a la estantería.

-Voy a buscar cobertura, ¡aquí te quedas con tus tesoros!

Retrocedió por el pasillo y oí cómo, de un portazo, cerraba la puerta metálica. 
Como me había atado a una estantería alta, no podía sentarme para aguardar… para esperar lo que fuera. Por ello cogí una, al azar, de las que me quedaban más cercanas. 
Ésta era de vinilo, no de porcelana como la anterior, y con peluca de mohair. Con la mano, desplacé la brutal capa de polvo de su cabecita despegando, sin querer, la peluca.  Al intentar volverla a su posición, me falló la mano atada y se me cayó. De la cabeza salió un polvo blanco que quedó esparcido por el suelo. El hilo musical de fondo empezó a quedar amortiguado por un ruido atronador. ¡¡Un tren!! ¡¡Un tren pasando a toda velocidad por el túnel!!
Sentía que mi cabeza iba a estallar de un momento a otro, como estalló la primera muñeca. Sólo tenía ganas de morir, de despertar de la pesadilla, de acabar con todo aquel sufrimiento…….pero un mazazo me sacó de aquel trance.  El tipo..., el tren..., yo atada …¡¡¡¡¡¡DIOS!!!!!!

viernes, 27 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 13


TROZO 13. Montse.

El vagón no iba demasiado lleno y noté que casi todos los viajeros que lo ocupaban me miraban con curiosidad. Sin duda notaban mi desconcierto y el lamentable aspecto que debía de tener, con la blusa ya sucia y el sudor que perlaba mi frente y mi cuello, así que traté de disimular todo lo que pude e intenté tranquilizarme un poco, si eso era posible, no sin antes agudizar mi sentido de la percepción, algo que hasta hacía poco creía que era inexistente en mí, y asegurarme que ninguna de aquellas personas pudieran ser sospechosas.

¡Estaba desquiciada! Había llevado un ritmo trepidante y mi corazón palpitaba a toda prisa. Intenté poner algo de orden en mi cabeza, pero la rabia y la angustia no me dejaban pensar con claridad y por mucho empeño que pusiera en ello no lograba entender lo sucedido, ni sabía quiénes eran mis perseguidores, ni lo que perseguían, ni nada de nada.
Al llegar a la siguiente estación, y para mi sorpresa, una más entre todas las que llevaba acumuladas, entró en el vagón el joven que me había sonreído y que se disponía a llegar hasta mí avanzando decididamente. Me levanté de un salto, con la esperanza de alcanzar la otra puerta de salida, pero no llegué a tiempo, se cerraron las puertas y el tren volvió a emprender la marcha.

Lo cierto es que el hombre no parecía representar una amenaza, más bien al contrario, y cuando me di la vuelta, lo encontré frente a mí. Me abrió los brazos y yo, asustada como una niña, me abalancé sobre él y empecé a llorar, sintiendo un gran alivio.
Permanecí entre sus brazos hasta la siguiente parada y seguí asida a él cuando, sin mediar palabra, se abrió la puerta y salimos del tren.
Una vez nos quedamos solos en el andén y el tren desapareció, el joven miró a su alrededor, imagino que para asegurarse de no ver a nadie. Entonces me agarró por los hombros y me obligó a bajar hasta el foso de los raíles, diciendo sólo ¡salta! y luego a caminar por el túnel.




Me empujaba para que fuera más aprisa, siempre tras de mí y sin hablar, y el túnel cada vez se hacía más oscuro a medida que avanzábamos. Sacó una linterna y con ella iluminó el recorrido ante mis pies. Intenté decir algo, pero él me hizo callar gruñendo un “chisss” y otro empujón, mientras las lágrimas volvían a rodar por mis mejillas.

Al llegar a una curva, se detuvo, y mientras con una mano me tenía cogida por la nuca, con la otra abrió una pequeña puerta metálica y me hizo entrar. Entonces me pareció escuchar una música a lo lejos y le pregunté "¿a dónde me llevas?" "¡Ahora no!", fue su respuesta y me pareció lo más tranquilizador que había escuchado en mucho tiempo.

jueves, 26 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 12


TROZO 12. Ángeles.

Intrigada, lo saqué y vi un mensaje, escrito con una letra muy elegante, que decía:

“Bella durmiente: aunque espero convertirme en tu príncipe azul, quiero que cuando te dé el primer beso estés despierta y consciente. Te dejo dormir y espero encontrarte mañana, a la misma hora, en la puerta dorada de La Pagoda.
Dulces sueños.”

Qué bochorno. Eso es un corte, y no el que le dieron a María Antonieta.
Pero, en fin, si concertaba otra cita, e incluso consideraba la posibilidad de besarme, sería porque no me había encontrado demasiado ridícula, allí, durmiendo como una marmota.
Y estaba claro que era un romántico: en solo tres líneas hablaba de la Bella Durmiente, del príncipe azul, del primer beso y además había elegido como nuevo lugar de encuentro, no un prosaico Starbucks, sino un enclave tan poético como La Pagoda, ese viejo cine abandonado, en una callecita olvidada y escondido entre las plantas que han ido creciendo sin obstáculo hasta ocultar casi por completo el edificio.
Por supuesto, me encontraría allí al día siguiente. Tenía mucho interés en conocerlo, pero además era fundamental limpiar mi imagen, darle otra visión de mi persona.

Ya estaba anocheciendo y hacía frío, así que decidí coger el metro para volver a casa.
Mientras esperaba en el andén, vino a mi mente una imagen muy clara y desconcertante: la de unos tipos desconocidos, trajeados, de rasgos asiáticos, que me asaltaban, me secuestraban y me golpeaban. Supuse que eran imágenes de un sueño, pero más bien me parecían un recuerdo, por lo vívidas y detalladas.



Entonces, en el andén opuesto, al otro lado de las vías, me pareció reconocer a unas personas. Sí, aquellos hombres vestidos de negro, que caminaban a lo largo del andén como quien busca o espera, me resultaban familiares. Llevaban gafas de sol -algo absurdo en un andén del metro-, pero tuve la certeza de que detrás de esos cristales negros había ojos orientales.
En ese momento me vieron ellos a mí e hicieron gestos que me parecieron de sorpresa y fastidio a la vez. Sin duda, habían cometido un error de lo más tonto.

Rogué para que llegara ya mi tren, antes de que los elegantes cruzaran las vías, porque estaba claro que eso era lo que iban a hacer.
En efecto, los hombres saltaron a las vías, con la clara intención de subir al mismo tren que yo, que, providencialmente, llegó en ese momento. Recorrió una distancia considerable antes de detenerse por completo, con lo cual los hombres no pudieron pasar por delante para subir a mi andén.
Por fin se abrieron las puertas y pude entrar. Al instante el vehículo reanudó su marcha y yo me sentí a salvo, al menos de momento.

Los hombres se quedaron en las vías, enfadados unos con otros mientras me veían marchar. Yo, en el último instante antes de entrar en el túnel, miré hacia el andén que acababa de abandonar y entonces vi a otro hombre que a su vez me miraba a mí. Este no llevaba gafas ni traje negro ni era oriental. Era un joven de aspecto pacífico que me sonreía y levantaba el pulgar en señal de triunfo.


[Nota: Hemos actualizado el Trozo 7 de Ana con una foto que nos mandó a posteriori. Merece la pena que la echéis un vistazo. Para los más vagos aquí va el enlace: Trozo 7 - Ana]

miércoles, 25 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 11


TROZO 11. Tomás.

No sabría decir cuánto tiempo llevaba repasando los nombres de aquel listín, cuando las letras comenzaron a agrandarse y danzar ante mis ojos. Una blanca nebulosa se empeñó en  cubrirlo todo, al tiempo que una voz muy lejana parecía estar llamando a alguien. Percibí entonces cómo me inundaba un sopor tan denso que no pude evitar el dejarme arrastrar por él.

- Señorita… Señorita…  – oía dentro de mi cabeza -  ¿Se encuentra bien? – El sonido de esa voz era cada vez más cercano y perceptible.

Una leve sacudida en mi cuerpo me hizo abrir los ojos para descubrir al camarero que me había atendido, observándome con cara preocupada. Mi libro de Stefan Zweig volvía a estar allí, ante mis ojos, así como el café que había pedido hacía… ¿cuánto tiempo? Me pareció  que había transcurrido una eternidad desde que fui al cuarto de baño y descubrí…





- Perdone que la moleste,  pero al ver que daba una cabezada me supo mal decirle nada, pensé que necesitaba descansar un poco. Pero es que finalmente se durmió tan profundamente, y… verá, es que ya vamos a cerrar y…
De repente, recordé.
- ¿Vino alguien a buscarme? Yo… esperaba a alguien.

El camarero se encogió de hombros sin saber responderme.
Me levanté apresurada mirando en torno de aquel pequeño Starbucks, ya vacío y,   todavía confusa, recogí mi libro mientras pensaba que no había sido buena idea tomar  tranquilizantes. Aquella cita me había puesto demasiado nerviosa. Tantos meses esperando a conocer por fin al hombre que me quitaba el sueño para caer dormida antes de… ¿llegaría a verme? Avergonzada, pedí la cuenta.

- No se preocupe, está invitada.

A punto de salir por la puerta vi que entre las hojas de mi libro sobresalía una hoja de papel verde que yo no había puesto allí.

martes, 24 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 10


TROZO 10. Emilie.

Puse encima de la mesa el resto de los papeles que tenía, busqué y rebusqué por todos mis bolsillos, mi cabeza no paraba de hacerse preguntas, una detrás de otra, sin parar, no entiendo por qué no hay forma de parar esta extraña sensación, esa adrenalina que hace que sientas que observas el mundo mientras el resto pasa a tu alrededor inconsciente de quién eres y de los secretos que quieres descubrir.
Alcé la cabeza un par de veces mirando al vacío, hacia el fondo del local, sin poner atención a los rostros de las personas que estaban allí conmigo, sentía que nada podía sacarme de esta historia, tenía que seguir montando las piezas de este puzzle imposible, así que seguía y seguía intentando encontrar la relación entre un nombre ¿y un apellido tal vez? Un nombre, un círculo azul... seguía intentando descubrir qué debía hacer con él, hasta que el grito fuerte de un niño al caerse de la silla y los de su madre al ver la escena, me hicieron volver a la realidad. Seguía allí en el mismo bar sin saber aún hacia dónde dar mis siguientes pasos.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el café con leche que me había pedido se había helado completamente, ni siquiera me acordaba de él, y mi estomago comenzó a hablarme y quejarse por haberle olvidado. Necesitaba comer algo para seguir con mi aventura.
Llamé a la camarera que con su particular concepto del tiempo, se acercó cuando termino de hablar con su compañera sobre la cena que había preparado a unos amigos la noche anterior. Yo comenzaba a ponerme nerviosa, queria otro café, comer y seguir el ritmo, así que la llamé de nuevo.
Se acercó haciéndome notar su desagrado, y sin darle tiempo ni de que se acercara casi a la mesa y me preguntara, la ataqué con mi demanda:
- Un café largo bien cargado y una tostada con mantequilla y mermelada.
Me hizo un gesto afirmando que habia entendido lo que le habia pedido y se acercó un poco más para retirar el vaso de mi café olvidado. Al ver la mesa toda desordenada me preguntó si estaba preparando un examen entre tantas horas, notas, bolis... y al ver el nombre de Segis Volpe sonrió preguntando si era algun pintor renacentista que tenia que estudiar sus cuadros.
Sus palabras sonaron en mi cabeza que de nuevo tomó aceleracion y le pregunté si tenían un listin telefónico en el bar. Sus risas me hicieron pensar en nombres de calles, de personajes famosos, escritores, pintores, cientificos... ¿Podría encontrar alguna relación entre todos esos nombres y mi personaje anónimo y mis números?
Su risa ironica se paró en seco al oir mis palabras, y me respondió con una frase directa: “Voy a mirar”, por lo que entendi que volvería en unos minutos; no sabía si con o sin el listín, pero sí sentí que volvería.
Y lo hizo, cargada con 3 cuadernos grandes, dos listines y un gran callejero, pues ya con una voz más dulce confesó que no sabía el por qué no habían tirado los viejos, pero los había traido porque una nunca sabe lo que puede llegar a encontrar entre los libros, me dijo, como si minutos antes hubiese estado dentro de la biblioteca e hubiese vivido conmigo todos los detalles de la historia.
Comencé abriendo uno de los dos listines, el más viejo. Comencé por la ultima pagina en busca de algun pariente de Volpe, tal vez podria encontrar algún número al que poder llamar y poder preguntar sobre esta persona desconocida.

lunes, 23 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 9


TROZO 9. Gamar.

Dentro del sobre se encontraban varios papeles sueltos y una nota.


"No puedo ser muy explícito. Es muy importante mantener una discreción total sobre el asunto, pero no tengo dudas que serás capaz de ir encontrando los pasos a seguir. En cada papel encontrarás un dato y lo necesario para hallar el siguiente. Como habrás notado, los datos sueltos que contiene cada papel, no aportan nada y por lo tanto son seguros, pero deberás destruir esta nota después de leerla, memorizar lo que dice el primer papel y hacer lo mismo."

Me quedé inmóvil sobre la cama. No tenía ninguna reacción que concordara con lo que sentía. No era miedo, pero la intranquilidad me mantenía paralizada.
Por un lado, que confiara en mí para algo que parecía tan importante me enorgullecía y por otro, una preocupación profunda por enfrentarme a una situación que nunca había vivido me mantenía incrédula.

Dejé todo sobre la cama, mientras caminaba en círculos y rompía la nota en trozos cada vez más pequeños hasta que ya no pude romperlos más. Me deshice de todo en el baño, tomé una botella de buen whisky que estaba en el mini bar, me serví una buena medida y mientras miraba la fantástica vista a través del enorme ventanal, sonó el teléfono.
Me transmitieron un mensaje y cortaron.
Sólo dijeron "Juncal 506".
Estaba en una suite de un hotel que jamás hubiese podido pagar, en una ciudad totalmente desconocida, con un juego de papeles con datos inconexos sobre la cama y lo que parecía una dirección. Sólo eso y sin saber qué hacer.
Terminé de un sorbo mi trago, coloqué todos los papeles en el bolsillo trasero del pantalón que descansaba sobre una silla y me tiré en la cama.

Debo haberme dormido al mismo instante de apoyar la cabeza en la almohada, porque no recuerdo siquiera haberme acomodado. El cansancio del viaje se encargó de todo. Desperté con rayo de luz en los ojos, un reflejo del primer sol de la mañana entrando por el ventanal y reflejándose en el vaso de whisky que estaba sobre la mesa.
Permanecí unos minutos mirando el techo, repitiendo en mi mente el mensaje de la noche anterior. "Juncal 506, Juncal 506..."

Me levanté, pasé por el baño, me vestí y salí de la habitación. Parecía programada para hacer algo, aunque no tenía ni la menor idea de qué era. Salí del ascensor, me dirigí a la consejería y le pedí a la hermosa encargada que me pidiera un taxi.
-Señora, usted tiene un chofer esperándola en la recepción.
-Ah, perfecto, no me habían avisado -dije sin poder ocultar mi sorpresa-
-Déjeme que se lo presente.

Me llevó hasta él y sin perder tiempo nos dirigimos al auto que nos esperaba en el estacionamiento.
-Usted dirá señora dónde vamos- dijo mirándome por el espejo.
-Juncal 506.
-Ya mismo.

El trayecto fue muy breve, casi no tuve tiempo de preocuparme por lo que haría cuando el auto me dejara frente a esa dirección.
Antes de llegar tomé los papeles y leí el que tenía el número 1 en su esquina superior izquierda. Decía “TB 17202” y debajo “P138”. Rompí el papel como me habían indicado y al bajar del auto, dejé los restos en el cesto de basura de la entrada del edificio de esa dirección.
Era una enorme biblioteca.
Al entrar me sentí en otro mundo. La modernidad del exterior contrastaba con la barroca decoración interior y la mujer que estaba detrás del mostrador encajaba con ese estilo recargado.
-Buenos días, señora. Dígame en qué la puedo ayudar -dijo la mujer mientras yo no podía dejar de mirar su extraño peinado.
En realidad no sabía cómo me podía ayudar, pero sin duda los números representaban algo.
-Necesito saber si estos números le dicen algo- y escribí sobre una libreta “TB 17202”
-Por supuesto, se lo muestro.
Y mientras me hacía señas para que la siguiera, tomé la hoja donde escribí y la arranqué.
Caminamos hasta una de las estanterías más alejadas, se agachó y sacó un libro chico, pero con muchas hojas.
-Éste es.
-Muchas gracias- le dije, tomé el libro y me senté en una antigua mesa de madera.

El primer papel, además del TB 17202 decía P138, lo cual sin dudas indicaba una página.
Al abrir en la página 138 apareció un papel, pegado con una cinta.
Tomé el papel y pude ver que tenía un nombre, pero rápidamente lo puse en mi bolsillo, llevé el libro al mostrador y salí del edificio.
En la puerta seguía esperándome el auto, pero decidí cruzar hasta un bar para desayunar algo.
Una vez sentada y después de hacer mi pedido, saqué el papel.
Decía “Sergis Volpe. Papel con círculo azul.”
La misión estaba tomando color. Sin dudas esa persona era el objetivo y el papel con el círculo azul me diría qué hacer con él.
Me incliné para sacar los papeles del bolsillo de mi pantalón y me quedé con el que tenía un círculo azul en su esquina superior izquierda.

viernes, 20 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo 8"


TROZO 8. Chary y Paloma

Al principio no entendía el por qué de esta misión, todo era confuso, nunca podría haber imaginado el universo que se abría ante mi, aunque no tardé mucho en darme cuenta que simplemente era una obrera más en la jerarquía del panal.
Por un momento llegué a sentirme abeja reina en ese panal, hasta que me fue asignada mi primera misión, de la que dependía la vida de otra persona. Harris me entregó un maletín conteniendo toda la información sobre la misión que no podría leer hasta llegar a mi destino Los Angeles. Tan sólo sabía que tenía otro nombre y un nuevo pasaporte. Gracias al potencial y capacidad que Hale había puesto en mi mente, 12 horas de vuelo fueron suficientes para hablar perfectamente inglés.



Una vez en el aeropuerto de LAX me dispuse a abrir el ansiado maletín. Estaba tan nerviosa y abrumada por la nueva vida que me esperaba que apenas podía recordar la combinación secreta para abrirlo, tan sólo tuve que cerrar los ojos y concentrarme en el momento en que Harris me lo entregó, la combinación apareció escrita en mi mente como por arte de magia. ¡Qué maravillosa sensación la de tener una mente prodigiosa!. Abrí el maletín lentamente, había un portfolio y un bloc de notas donde se me indicaba dónde dirigirme.
Cogí un taxi, de camino al hotel en el que debía hospedarme, Beverly Wilshire, paré para tomar un tentempié, antes de sumergirme en el portfolio que contenía el maletín.
La media hora de trayecto desde el aeropuerto al hotel fue agradable. El paisaje cambiaba continuamente de forma sorprendente. Pasaba de una playa llena de surfistas con neoprenos de distintos colores formando un arcoiris cabalgando las olas, a una enrevesada autopista en forma de espiral con un fondo de rascacielos perfilando un Downtown sobrevolado por un helicóptero. Me sentía como un figurante en una escena de Hollywood.
Abrí la ventanilla para impregnarme del frenético y mundano aroma que ofrecía la gran urbe en la que me adentraba.

Por fin el taxi se detuvo en la puerta de un lujoso hotel. Un portero con un traje oscuro, abrigo rojo y sombrero a juego se aproximó al taxi, me abrió la puerta y el taxista le entregó mis maletas. Una vez en el vestíbulo del hotel me aproximé al mostrador e hice el check in. Cogí uno de los ascensores que llevaban a la Penthouse suite.
El botones dejó mi maleta en el hall de la habitación. Presentí que iba a ser una noche larga y diferente. No podía conciliar el sueño debido al cúmulo de sensaciones que me embargaban, miedo, emoción, jet lag… Decidí darme un merecido baño relajante y espumoso después del día más largo de mi existencia.
Por fin me senté en la cama y me dispuse a abrir el portfolio, contenía un sobre con toda la información de mi misión No podía creer lo que Harris esperaba de mi.

jueves, 19 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo 7"


TROZO 7. Ana Martínez

Mi pulso se aceleró tanto que era capaz de sentir los latidos de mi corazón retumbar en el interior de mis oídos. Al mismo tiempo, mi respiración amenazaba agitada con iniciar una crisis de ansiedad de un momento a otro. Y en cuestión de milisegundos, mi mente se activó y empezaron a sucederse las imágenes, una detrás de otra, a una velocidad infernal.

En mi sino interno, mi raciocinio sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Debía mantener la mente fría, controlar el estado que empezaba a emerger, pero lo peor de todo, es que esos tipos que me tenían sujeta a una silla y que habían iniciado mi proceso de cambio, conocían a la perfección uno de mis secretos mejor guardados. ¿Quiénes eran? ¿Qué es lo que querían de mí?

Hace algunos años, mientras trabajaba para los servicios secretos, colaboré estrechamente en un experimento de transgénesis genética del adn humano. En aquella época me encontraba inmersa en un proceso de autodestrucción personal y cualquier opción me parecía mejor que vivir mi propia vida. Mi fiel compañero hasta el momento, me habló de Peter Hale y del gran trabajo que hacía en los subterráneos del departamento. Hasta el momento, había experimentado con animales, pero había llegado a un punto, en que su ciencia había rozado la perfección de Dios y estaba listo para, al igual que el Dr. Frankenstein, crear su propio monstruo.

Y ese monstruo fui yo…





De una belleza extrema, Hale potenció cada uno de mis sentidos y me dotó de una capacidad extrasensorial que en el antiguo Olimpo me habría sentado directamente al lado derecho del mismísimo Zeus y transformado en su brazo ejecutor. Era ágil como una amazona, tenía el poder de cautivar con mi voz a los hombres, al igual que hicieron las legendarias sirenas que atraparon a Ulises,…, pero la mejor de mis capacidades era lo que ahora conocemos como mediumnidad. Esa nueva capacidad o habilidad, se despertaba en mí cada vez que recibía una pequeña descarga eléctrica. Evidentemente, lo particular de ella, venía marcada por el adn de mis ancestros y no solo era capaz de conectar con los diferentes planos o niveles astrales, sino que como el mejor de los visionarios, era capaz de anticipar lo que iba a suceder y los secretos más oscuros de las mentes humanas, podían ser descubiertos por mí.
Fue en ese momento, cuando Richard Harris, el que sería mi jefe, me contrató para que trabajase en la “UMR”, la Unidad de Recerca Mental de los servicios secretos de mi país.

miércoles, 18 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo 6"


TROZO 6. papacangrejo

Todo era de un surrealismo exagerado. Si no fuese porque lo estaba viendo con mis propios ojos y sintiendo en mis propias carnes, pensaría que era una película de Kubrick, aunque sin banda sonora.
A mi alrededor solo había oscuridad. Únicamente a lo lejos, podía ver mi destino iluminado por una luz blanca, casi cegadora, que caía en vertical desde el techo y mostraba una tarima, sobre la que había una mesa larga y blanca, detrás de la que me esperaban sentados siete de aquellos individuos. Además de eso, nada. Si no estuviese siendo prácticamente arrastrada por aquellos dos gorilas, no me habría atrevido a dar un solo paso, por miedo a no encontrar suelo y caer en un abismo invisible.
Cuando estaba llegando a donde me esperaban aquellos individuos, se encendió, frente a ellos, otra luz tan intensa y blanca como la otra. Pero esta vez iluminaba una extraña silla metálica y poco más de medio metro del suelo alrededor. Mis guardianes me llevaron hasta allí y se pusieron detrás de la silla. Yo me quedé de pie, indecisa, no sabía si sentarme o salir corriendo e intentar buscar una salida de aquel horrible lugar, pero ¿hacia dónde corría?, ni siquiera estaba segura del camino que había seguido hasta allí.

En ese momento, empecé a sentirme realmente asustada. El desasosiego, la ansiedad y el no saber qué estaba sucediendo o qué iban a hacer conmigo empezó a acelerar mi corazón. Mis rodillas empezaron a temblar y gotas de sudor empezaron a caer por mi espalda y mi frente. Estaba inmovilizada por el terror y ni siquiera pude controlar mi vejiga, que dejó escapar la orina haciendo que bajara lentamente por mis muslos hasta el suelo.

 - Por favor señorita, siéntese. – dijo uno de aquellos individuos, el que estaba en el lado derecho de la mesa.

Obedecí y me dejé caer sobre aquel asiento metálico. Aquella silla era muy fría, tanto como la actitud de aquellos que me observaban, como el ambiente de aquel lugar. El frío me hizo volver en mí, mi corazón redujo sus latidos, mis rodillas se detuvieron y mi mente parecía volver a encontrar algo de equilibrio. El frío era intenso, era como estar en un gran congelador, mi vello se erizó, mis pezones se endurecieron y una erupción de vaho salía de mi boca con cada exhalación.
De pronto, unos aros metálicos surgieron de los reposabrazos y patas de la silla cerrándose sobre mis muñecas y mis tobillos, mientras uno de los gorilas, que se habían quedado detrás de mí, pasaba una correa de cuero vieja y agrietada alrededor de mi cintura.
Aunque parezca mentira, aquello me tranquilizó, me infundio valor. ¿Por qué necesitaban inmovilizarme?, ¿Creían que era peligrosa? Si aquella gente tenía la necesidad de mantenerme atada era por algo. Y esa razón imperceptible hacía aparecer un resquicio de valor en mi corazón. Tan solo tenía que evitar que esa pequeña llama se apagara por mis temores, había que alimentarla, hacerla crecer y para ello tenía que averiguar, de una vez por todas, qué estaba sucediendo.

- ¿Quiénes sois? – Pregunté intentando parecer tan fría como todo lo que me rodeaba. ¿Qué queréis de mí? ¿Qué demonios está pasando aquí?
- Sabemos que tiene muchas preguntas – respondió el mismo tipo de antes- Cada cosa a su tiempo. De momento las preguntas las hacemos nosotros y le sugiero que sea sincera en sus respuestas, de lo contrario…

En ese instante sentí cómo una descarga recorría todo mi cuerpo, que convulsionaba mientras mi mandíbula se apretaba y mis ojos se quedaban en blanco. Solo fueron unos segundos, suficientes para dejarme claro cuáles eran las consecuencias si no era del todo sincera en mis respuestas.

martes, 17 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 5


TROZO 5. H@n

Y es mi voz, y es mi cara, hasta creo que lleva mi ropa. O no... recuerdo esa chaqueta. Cuero negro, con ese detalle en las mangas. Si, si, la recuerdo ¿por qué no la compré? ¡Ya está! Es la chaqueta que vi en la Calle Mayor, cuando iba a pagar, decidí que mejor gastaría el dinero en el musical. Claro que en el musical conocí a Alberto. Si no hubiera cambiado de pensar en el último momento no habría pasado el fin de semana con él, y por tanto no habría conocido al que resultó ser el Jefe de Recursos Humanos de la empresa con la que estábamos negociando. Curiosa casualidad.



Miro más allá, son todo mujeres. Son todo yos. Menos mal que pude hacer pis en la habitación donde me tenían, si no ¡me lo hubiera hecho ahí mismo!
Voy fijándome y veo pequeños detalles diferentes en todas ellas, aunque al principio parecían iguales. La mayoría lleva el pelo como yo, pero consigo distinguir a una con rastas, larguísimas, como si se las hubiera hecho hace años. Vaya, hace 5 años yo también lo estuve pensando.

Eran versiones de mí. Cada vez lo tenía más claro, pero... ¿qué hacían ahí? ¿por qué había miles de versiones mías en aquella sala? ¿por qué todas esas pequeñas diferencias? Un momento, nos estamos desviando de lo importante... ¿por qué narices unos tipos japoneses que paraban el tiempo me habían llevado hasta allí? ¡Que congelan el tiempo! ¿Es que no tenían nada mejor que hacer?
A la que interrumpí mis pensamientos, me di cuenta de que yo-con-chaqueta-de-cuero, seguía hablándome, presentándome a otras yos. Estaba la yo que sí se cortó el pelo a lo chico. La yo embarazada, que supongo, no se tomó la pastilla del día después tras el incidente con Sergio. Era como si todas las decisiones que había tomado en mi vida, se hubieran desdoblado creando otra vida paralela, y allí estábamos, todas juntas. Quise preguntarles si todas se estaban meando cuando acabaron allí, pero me pareció algo estúpido. Así que esperé hasta que por fin me llevaron a la tarima donde los trajeados japoneses que paraban el tiempo y no tenían nada que hacer esperaban sentados, espero que para darme alguna explicación, porque aquello empezaba a mosquearme.

lunes, 16 de julio de 2012

Un Cadáver Exquisito - El Cuarto de Baño - "Trozo" 1 al 4


TROZO 1. Mae Wom

Café descafeinado de Startbucks
Estoy sentada a la mesita de un pequeño Starbucks del centro de la ciudad. La gran cristalera deja que la luz gris de una tarde que ha sido lluviosa me acaricie con sus dedos. Pone un velo de luz sobre el libro que leo mientras tomo pausadamente un café descafeinado para apaciguar la espera.

Miro mi reloj de pulsera. Las manecillas plateadas del reloj siguen deslizándose por el rectángulo negro, indiferentes a los acontecimientos que debieron suceder hace ya diez minutos. Mi cita llega tarde y a mí me queda ya poco café en la taza. Mi cuerpo reclama sus rutinas vitales. Intento ganar algo del tiempo que ya está perdido, me levanto, dejo el libro sobre la mesa y me dirijo al cuarto de baño, así luego no habrá interrupciones.

Abro la puerta encabezada por el cartel con los monigotes masculino y femenino y accedo a un cuarto minúsculo dotado de un lavabo, un espejo sin marco, un dispensador de jabón, una papelera y un secador de aire caliente. Es tan pequeño que para poder entrar y abrir la otra puerta que está enfrente debo primero cerrar la que queda detrás de mí.

La puerta que debe conducirme al aseo está cerrada. Doy unos golpecitos con los nudillos para comprobar que no hay nadie antes de abrir. No me gustaría encontrarme con algo que no quiero ver. Silencio. Lentamente acciono el picaporte y abro despacio la puerta. Los azulejos blancos de perfecto corte cuadrado y simétrica disposición reflejan una luz intensa que parece aumentar a medida que abro la puerta. Espero encontrarme el retrete blanco habitual pero, como si el habitáculo fuera estirándose mágicamente, no aparece y solo veo más azulejos blancos que se expanden hacia la derecha.

Bastante extrañada por la situación sigo abriendo la puerta en un momento que se me antoja infinito y cuál es mi sorpresa cuando asomándome por ella, a mi derecha, un amplio pasillo más largo que ancho se extiende ante mis ojos. Saco tímidamente la cabeza y veo al fondo una cocina de restaurante. Creía que una cafetería pequeña  tendría una cocina acorde con su tamaño pero estaba equivocada.
Yo buscaba un cuarto de baño pero siento curiosidad y me acerco sigilosamente. Total, seguro que ya me han visto.
Avanzo pero nadie repara en mí. Lo primero que me encuentro es a un cocinero de rasgos orientales que hace volar las verduras en juliana a golpes certeros de cuchillo. Por la destreza y economía de movimientos cualquiera podría decir que es un domador de vegetales. Temo interrumpirle no vaya a ser que se distraiga y acabe cortándose un dedo sobre la superficie de acero inoxidable así que continúo con mi expedición.
Al fondo a la izquierda un hombre de corta estatura y espeso pelo negro se afana en fregar unas copas a mano que deposita con cuidado en una plataforma en forma de rejilla para que se escurran. Sus movimientos enérgicos, esponja en mano, contrastan con la delicadeza con que apoya las copas cuando las ha enjuagado.
A su izquierda, a varios metros del señor bajito, un hombre corpulento, más gordo y alto que fornido, se concentra en los fogones, controlando el contenido de las diferentes ollas y cacerolas que tiene sobre ellos. De vez en cuando se vuelve a sus otros compañeros para gritar una petición o una orden a nadie en particular. "¡¡Necesito albahaca!!" o "¿¿Cómo van esas verduras??"" mientras agita una cuchara de madera que en su mano regordeta parece una batuta.

Están todos muy ocupados y yo sigo necesitando encontrar un cuarto de baño, así que me escabullo. A la derecha de la cocina, al final de un espacio vacío que hace de recibidor, veo una puerta en una zona de sombras, casi camuflada con la pared. Cuando mi mano toca el picaporte la puerta se abre de golpe atizándome en la cara y tirándome al suelo donde caigo de espaldas. Un dolor intenso me sube desde la pierna por la espalda y a la vez puedo predecir que voy a lucir un bonito moratón desde la parte frontal de la mandíbula, que unirá barbilla, comisura y nariz. No sé por cuál de los dos dolores llorar, así que me aguanto las lágrimas, expectante ante lo que está a punto de suceder a través de la puerta maltratadora. Despatarrada en el suelo como estoy, estiro el cuello y veo a cinco hombres asiáticos, vestidos con traje de chaqueta negro y gafas negras, que han irrumpido en la cocina dando saltos acrobáticos, profiriendo gritos en un idioma que no entiendo y armados con pistolas y metralletas. Al cocinero de las verduras se le ha quedado la juliana congelada en el aire, la batuta del cocinero de los fogones parece una varita mágica suspendida unos segundos y un racimo de pompas de jabón flotan desde el fregadero y se mueven aleatoriamente, como si todo aquello no fuera con ellas.

Mientras se produce semejante alboroto, el chino que se ha quedado custodiando la puerta responsable de mis chichones repara en mí y me hace un gesto con la ametralladora. Tiemblo bajo su mirada oblicua e inexcrutable y la metralleta, así vista de cerca y con la posibilidad de que pueda estar centrada en mi persona, me parece mucho más grande que el hombre que la maneja. Si me apuntara con un elefante en ese momento no notaría la diferencia de tamaño.

El sicario insiste e intuyo -será el instinto de supervivencia- que lo que quiere es que me levante. Rápidamente aparece otro individuo de la nada y entre los dos me llevan en volandas. Oigo pasos precipitados y por el rabillo del ojo, mientras vuelo hacia la luz del exterior, veo que los hombres de negro se dirigen en estampida con nosotros para atravesar la puerta golpeadora. Una luz inmensa me ciega y me obliga a cerrar los ojos.

TROZO 2. JuanRa Diablo

Tanto los hombres que me sujetan como los que nos siguen, parecen entrenados concienzudamente para no perder ni un segundo de tiempo. Atravesamos a toda velocidad una estancia muy luminosa y apenas he recibido en la cara unos instantes del fresco aire del exterior cuando ya me han introducido en la parte trasera de un coche y éste se pone en marcha de inmediato.



Me duele la mandíbula y estoy tan confusa que no consigo poner en orden el tropel de pensamientos que me asalta.

- ¡Están en un error! - logro decir por fin.

Pero el copiloto se vuelve como un resorte para gritarme en su lengua con agresividad. Empiezo a estar muy asustada pero opto por callarme y observar todo lo que me rodea, por si me sirviera más adelante para mi denuncia.
Miro por el rabillo del ojo. A derecha e izquierda me escoltan dos hombres perfectamente trajeados que miran al frente a través de sus gafas oscuras. Me recuesto un poco en el asiento para observar con disimulo sus rostros. Efectivamente son todos asiáticos y diría que parecen clones unos de otros.

El sonido de fondo que me pareció el de la radio del coche me trae frases que sí comprendo.
"¡Otra de verduras asadas!" "¡No me dejéis sin albahaca!" "¿Quién está atendiendo la mesa 5?"
Busco intrigada el origen de esas voces y descubro que en el salpicadero del coche hay tres pequeñas pantallas con imágenes de un color gris azulado. En una de ellas aparece el movimiento de los cocineros y camareros de la cocina por la que acabo de pasar, en otra creo ver un lavabo, quizás el del cuarto de baño al que jamás debí dirigirme. En la última reconozco el restaurante.
Por qué controlan desde el coche ese lugar es algo que no alcanzo a comprender. Mis raptores no parecen hacer caso alguno a lo que muestran esas pantallas. Solo la que capta el restaurante parece estar en movimiento, mostrando lentamente todo el perímetro del local.
Sigo hipnotizada ante esas imágenes  cuando el coche enfila la salida a la autovía y el conductor comenta algo con el malhumorado que da las órdenes.
La cámara del restaurante muestra por fin el lugar en el que yo me encontraba sentada. Alcanzo a ver el libro sobre la mesa.
De repente algo me hiela la sangre. Una chica se acerca a esa mesa y se sienta. Coge el libro y lo abre entre sus manos. No soy yo, obviamente, pero me parezco muchísimo. Hasta la ropa parece la misma desde mi distancia y esto me llena de incertidumbre.

- Pero... ¿quién..., qué está ocurriendo aquí?
- ¡No haga preguntas, señorita! - me dice el copiloto, sin chillarme y por fin en mi idioma.

TROZO 3. Pelotillo

-Quiero una explicación ahora mismo. ¿Quién es esa chica que se parece tanto a mí? Obviamente no soy yo, porque yo me encuentro aquí y no puedo…-un golpe sordo me hizo dormir durante un buen rato poniendo fin a mi incontenible verborrea producida por el pánico.

Cuando desperté, el coche avanzaba a velocidad moderada, respetando los límites de la autovía. Nada hacía sospechar que dentro se estaba cometiendo, al menos, un secuestro. El conductor apagó las pantallas del salpicadero y apretó un botón que provocó que éstas girasen sobre sí mismas, ocultándose y dejando el salpicadero limpio de tecnología puntera, como el de cualquier coche normal. Me debí  desmayar varias veces porque recuerdo imágenes sueltas, incoherentes.

Un par de horas después, o eso creo, abro los ojos en una habitación sin ventanas, tumbada en una cama bastante vieja cuyo somier chirría al menor movimiento. Consigo incorporarme después de sentir cómo mi cabeza explota ocho o nueve veces seguidas en intervalos de un segundo.
Está oscuro, por debajo de la puerta entra un rayito de luz y mis ojos se acostumbran en seguida a la penumbra. Consigo ver un lavabo. Abro el grifo pero no sale agua. Al lado hay un inodoro sin tapa, en seguida vienen a mi cabeza imágenes de películas de cárceles en las que los presos tienen que hacer sus necesidades unos delante de los otros. ¡Qué vergüenza!, pienso durante un momento, y en seguida continúo con la exploración de mi celda.

Una puerta con una mirilla que se abre desde fuera. Por un momento pienso que si lo intento la puerta se abrirá y de hecho llevo mi mano hacia el tirador pero lo único que cojo es el aire. No hay pomo en mi lado de la puerta. Paso la mano por la pared y está áspera, áspera y húmeda. O estamos cerca de una gran cantidad de agua o el lugar está tan viejo y ruinoso que las tuberías han cedido al paso de los años y ya no conducen el agua por dónde deben. Intento recordar más películas de presos y secuestros. ¿Qué hacían los protagonistas para escapar? Y lo que es más importante ¿qué hacían para que la puerta se abriese y dos minutos después estuviesen muertos? Tenía que evitar esto último como fuese. Piensa, piensa, me repito. Me siento en la cama a esperar y entonces toco lo que parece ropa perfectamente doblada. En la camiseta hay un logotipo que no alcanzo a ver bien. Tiene unas letras, una A, una B y una… El chirrido de la puerta al abrirse de par en par y la luz que me golpea me sacan de mi ensimismamiento. …Y una C.

-¡Vístase y síganos! –dice uno de los tres tipos que han entrado
-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hago aquí?
-Nada de preguntas… por ahora. Vístase, ¡rápido! Ya llevamos una hora de retraso.
-¿Retraso para qué? –una sombra oscurece de golpe la habitación. Llega un cuarto individuo, viste como yo, lleva un peinado como el mío, tiene la nariz en punta como la mía…
- ¡¿Qué?! –exclamo antes de quedarme sin palabras.

TROZO 4. Doctora Anchoa

Aprovechando el momento de silencio que sigue a mi pregunta, y antes de que me tiempo de volver a hablar, el tipo que ha hablado me agarra del brazo con firmeza y me obliga a ponerme de pie.

-Vís-ta-se- repite, en voz baja y agresiva, mientras clava sus ojos en los míos.


No me atrevo a llevarle la contraria, me escabullo hacia el rincón opuesto de la habitación, confiando en poder cambiarme con la menor cantidad de público posible. Todos ellos tienen la delicadeza de girarse un poco mientras rápidamente me cambio de ropa. Aprovecho para observar sin disimulo al individuo que parece llevar la voz cantante. Con parsimonia, ha sacado una tableta digital y empieza a trastear con ella. Miro la pantalla, y para mi sorpresa aparece lo que a priori parece una fotografía mía. Pero cuando la miro por segunda vez me doy cuenta de que esa no soy yo. Yo nunca he llevado el pelo de ese color, y la ropa con la que aparezco nunca ha sido mía. Un escalofrío recorre mi espalda cuando el hombre que maneja la tableta me descubre observando la fotografía y, sin mediar palabra, la gira y me mira fijamente. Opto por apartar la mirada, y empiezo a escanear más que a mirar a mi doble. ¿De dónde ha salido? ¿cómo es posible?. Mi captor no me da opción a plantearme nada más; de un par de zancadas se planta delante de mí.

-Andando- dice, mientras me señala la puerta.

Salgo a un pasillo oscuro, que parece sacado directamente de una película de bajo presupuesto de asesinos psicópatas. Una luz parpadea al final del pasillo, llego a distinguir una puerta metálica a unos diez metros, pero no mucho más. Durante un momento anhelo la húmeda habitación que acabo de abandonar. Me giro inquieta, y pregunto a nadie en particular, aunque sé que va a resultar inútil:

-Oigan, ¿dónde estamos? ¿por qué me han traído aquí?. Han cometido ustedes un error…- la frase muere en mi garganta, mientras una vocecilla, muy en el fondo de mi mente, empieza a susurrarme que no es casualidad, que no ha sido ningún error por parte de mis captores.

Por supuesto, recibo el silencio como respuesta, lo que ya me esperaba, y noto una leve presión en mi espalda cuando me empujan ligeramente en dirección a la puerta metálica en la que me había fijado antes. Conforme nos acercamos a ella empiezo a oír un murmullo apagado detrás, parece que hay varias personas hablando al otro lado. Paro en seco a menos de medio metro de la puerta, y uno de mis guardianes se adelanta, introduce una llave en la cerradura, y abre la puerta. Noto otro ligero empujón, y cruzo la puerta.
Necesito parpadear unas cuantas veces, porque la oscuridad del pasillo contrasta con la deslumbrante claridad de la habitación en la que acabo de entrar. Oigo susurros, y al girarme veo a dos o tres personas que hablan de espaldas a mí. No puedo distinguir sus caras, pero no puedo dejar de notar que de espaldas son todos idénticos entre sí. “Y seguramente a mí”, murmuro.

-¡¡¡Buenos días, la estábamos esperando!!!- exclama una entusiasta y juvenil voz a mi izquierda.


(Continuará)