TROZO 11. Tomás.
No sabría decir cuánto tiempo llevaba
repasando los nombres de aquel listín, cuando las letras comenzaron a
agrandarse y danzar ante mis ojos. Una blanca nebulosa se empeñó en cubrirlo todo, al tiempo que una voz muy
lejana parecía estar llamando a alguien. Percibí entonces cómo me inundaba un
sopor tan denso que no pude evitar el dejarme arrastrar por él.
- Señorita… Señorita… – oía dentro de mi cabeza - ¿Se encuentra bien? – El sonido de esa voz
era cada vez más cercano y perceptible.
Una leve sacudida en mi cuerpo me hizo
abrir los ojos para descubrir al camarero que me había atendido, observándome
con cara preocupada. Mi libro de Stefan Zweig volvía a estar allí, ante mis
ojos, así como el café que había pedido hacía… ¿cuánto tiempo? Me pareció que había transcurrido una eternidad desde que
fui al cuarto de baño y descubrí…
- Perdone que la moleste, pero al ver que daba una cabezada me supo mal
decirle nada, pensé que necesitaba descansar un poco. Pero es que finalmente se
durmió tan profundamente, y… verá, es que ya vamos a cerrar y…
De repente, recordé.
- ¿Vino alguien a buscarme? Yo… esperaba a
alguien.
El camarero se encogió de hombros sin
saber responderme.
Me levanté apresurada mirando en torno de
aquel pequeño Starbucks, ya vacío y,
todavía confusa, recogí mi libro mientras pensaba que no había sido
buena idea tomar tranquilizantes.
Aquella cita me había puesto demasiado nerviosa. Tantos meses esperando a
conocer por fin al hombre que me quitaba el sueño para caer dormida antes de…
¿llegaría a verme? Avergonzada, pedí la cuenta.
- No se preocupe, está invitada.
¡Ay, Escarabajo, creo que tú café me ha puesto la vista nublada!
ResponderEliminarHay no ¡menudo susto! ahora veo que forma parte de este trozo del relato. Me gusta este enfoque que alterna tranquilizantes con emociones y preguntas en el aire ¡buen trabajo, Tomás!
Un abrazo.