TROZO 12. Ángeles.
Intrigada, lo saqué y vi un mensaje,
escrito con una letra muy elegante, que decía:
“Bella durmiente: aunque espero
convertirme en tu príncipe azul, quiero que cuando te dé el primer beso estés
despierta y consciente. Te dejo dormir y espero encontrarte mañana, a la misma
hora, en la puerta dorada de La Pagoda.
Dulces sueños.”
Qué bochorno. Eso es un corte, y no el que
le dieron a María Antonieta.
Pero, en fin, si concertaba otra cita, e
incluso consideraba la posibilidad de besarme, sería porque no me había
encontrado demasiado ridícula, allí, durmiendo como una marmota.
Y estaba claro que era un romántico: en
solo tres líneas hablaba de la Bella Durmiente, del príncipe azul, del primer
beso y además había elegido como nuevo lugar de encuentro, no un prosaico
Starbucks, sino un enclave tan poético como La Pagoda, ese viejo cine abandonado,
en una callecita olvidada y escondido entre las plantas que han ido creciendo
sin obstáculo hasta ocultar casi por completo el edificio.
Por supuesto, me encontraría allí al día
siguiente. Tenía
mucho interés en conocerlo, pero además era fundamental limpiar mi imagen,
darle otra visión de mi persona.
Ya estaba anocheciendo y hacía frío, así
que decidí coger el metro para volver a casa.
Mientras esperaba en el andén, vino a mi
mente una imagen muy clara y desconcertante: la de unos tipos desconocidos,
trajeados, de rasgos asiáticos, que me asaltaban, me secuestraban y me
golpeaban. Supuse que eran imágenes de un sueño, pero más bien me parecían un
recuerdo, por lo vívidas y detalladas.
Entonces, en el andén opuesto, al otro
lado de las vías, me pareció reconocer a unas personas. Sí, aquellos hombres
vestidos de negro, que caminaban a lo largo del andén como quien busca o
espera, me resultaban familiares. Llevaban gafas de sol -algo absurdo en un
andén del metro-, pero tuve la certeza de que detrás de esos cristales negros
había ojos orientales.
En ese momento me vieron ellos a mí e
hicieron gestos que me parecieron de sorpresa y fastidio a la vez. Sin duda,
habían cometido un error de lo más tonto.
Rogué para que llegara ya mi tren, antes
de que los elegantes cruzaran las vías, porque estaba claro que eso era lo que
iban a hacer.
En efecto, los hombres saltaron a las
vías, con la clara intención de subir al mismo tren que yo, que,
providencialmente, llegó en ese momento. Recorrió una distancia considerable
antes de detenerse por completo, con lo cual los hombres no pudieron pasar por
delante para subir a mi andén.
Por fin se abrieron las puertas y pude
entrar. Al instante el vehículo reanudó su marcha y yo me sentí a salvo, al
menos de momento.
[Nota: Hemos actualizado el Trozo 7 de Ana con una foto que nos mandó a posteriori. Merece la pena que la echéis un vistazo. Para los más vagos aquí va el enlace: Trozo 7 - Ana]
Es realmente fantástico, parece que nos hayamos puesto de acuerdo (bueno, nos hemos puesto de acuerdo, jeje) me refiero a que de nuevo el relato vuelve a los orígenes y enlaza con esos hombres misteriosos del inicio gracias a la pluma de Angeles, a la que mando un beso.
ResponderEliminarY otro para tí, Pelotillo!
Sí, después de unas cuantas vueltas otra vez en con los hombres misteriosos. Tengo curiosidad por saber qué se le habrá ocurrido al siguiente para continuar. ¡Ah, pero si lo sé, qué tonto! ;-)
EliminarPor cierto, buen "trozo" el que publico hoy y espero que lo comentes igualmente.
Un beso.